El budismo tibetano utiliza una metáfora muy interesante para describir las funciones del ego; se refiere a ellas como «los Tres Señores del Materialismo»: «el Señor de la Forma», «el Señor de la Palabra», y «el Señor del Pensamiento». En nuestra consideración de los Tres Señores que ofrecemos a continuación, los términos «materialismo» y «neurótico» definen la actividad del ego.
El Señor de la Forma es la búsqueda neurótica de comodidad, seguridad y placer físicos. Nuestra sociedad altamente organizada y tecnológica refleja nuestra preocupación por manipular el ambiente físico a fin de protegernos de las irritaciones de los aspectos crudos, ásperos e impredecibles de la vida. El ascensor, la carne troceada, envuelta en celofán, el acondicionador de aire, el inodoro, el entierro privado, la jubilación asegurada, la iluminación fluorescente, el horario de nueve a cinco, la televisión, son todos ejemplos de nuestro intento de crear un mundo manejable, seguro, predecible, placentero.
El Señor de la Forma no representa las condiciones de vida segura y de riqueza física en sí mismas. Se refiere más bien a las preocupaciones neuróticas que nos impulsan a crear esas condiciones, a tratar de controlar la naturaleza. Es la ambición que tiene el ego de afianzarse y entretenerse a sí mismo en su intento de evadir toda irritación. Así, nos aferramos a nuestros placeres y posesiones, tememos el cambio o forzamos el cambio, intentamos construir un nido o un jardín de recreo.
El Señor de la Palabra se refiere al uso del intelecto para relacionarse con el mundo. Adoptamos una serie de categorías que nos sirven de asideros para manejar el mundo. El producto más complejo de esta tendencia son las ideologías, los sistemas de ideas con los cuales racionalizamos, justificamos y santificamos nuestras vidas. El nacionalismo, el comunismo, el budismo, todos nos proveen de una identidad, normas de conducta y explicaciones del cómo y por qué de lo que sucede.
Pero, otra vez como antes, el intelecto como tal no es el Señor de la Palabra. El Señor de la Palabra representa la tendencia del ego a interpretar todo lo que lo amenaza o irrita, de tal manera que el ataque parezca neutralizado o transformado en algo “positivo” desde el punto de vista del ego. El Señor de la Palabra se refiere al uso de los conceptos como filtros para protegernos de la percepción directa de lo que es. Tomamos los conceptos con demasiada seriedad, los usamos como instrumentos para consolidar nuestro mundo y nuestro yo. Si existe un mundo de cosas nombrables, entonces «Yo» existo como una de esas cosas nombrables. No queremos dar lugar a ninguna duda amenazadora, incertidumbre o confusión.
El Señor del Pensamiento al esfuerzo que hace la conciencia por mantenerse consciente de sí misma. El Señor del Pensamiento reina cuando hacemos uso de las disciplinas espirituales o psicológicas como un medio de mantener nuestra autoconciencia, de aferrarnos a nuestro sentido del yo. Las drogas, el yoga, la oración, la meditación, los trances, las varias clases de psicoterapias, todas pueden utilizarse de esta manera.
El ego puede apropiarse ilícitamente de cualquier cosa para uso propio, incluso de la espiritualidad. Por ejemplo, si uno se entera de alguna técnica contemplativa que sea beneficiosa como práctica espiritual, entonces el ego comienza por considerarla meramente como un objeto fascinante, y luego como objeto de estudio.
Finalmente sólo podrá imitarla, porque el ego es como si fuera algo sólido que no puede absorber nada. Así, el ego trata de estudiar y remedar las prácticas de la meditación y de la vida contemplativa. Cuando conseguimos aprender todos los trucos y las respuestas del juego espiritual, buscamos producir automáticamente una mímica de la espiritualidad; porque el compromiso verdadero, la verdadera espiritualidad, nos exigiría la eliminación del ego y, en realidad, lo último que quisiéramos es renunciar al ego.....
También obtiene cierto sentido de triunfo, de gran hazaña, cierta excitación ante el hecho de haber recreado dentro de sí mismo el patrón de la experiencia que imita; por fin ha producido un logro tangible, que le confirma su propia individualidad.
Una vez que reforzamos exitosamente nuestra autoconciencia mediante técnicas espirituales, creamos nuevos impedimentos al crecimiento espiritual genuino.
Chogyam Trungpa
El Señor de la Forma es la búsqueda neurótica de comodidad, seguridad y placer físicos. Nuestra sociedad altamente organizada y tecnológica refleja nuestra preocupación por manipular el ambiente físico a fin de protegernos de las irritaciones de los aspectos crudos, ásperos e impredecibles de la vida. El ascensor, la carne troceada, envuelta en celofán, el acondicionador de aire, el inodoro, el entierro privado, la jubilación asegurada, la iluminación fluorescente, el horario de nueve a cinco, la televisión, son todos ejemplos de nuestro intento de crear un mundo manejable, seguro, predecible, placentero.
El Señor de la Forma no representa las condiciones de vida segura y de riqueza física en sí mismas. Se refiere más bien a las preocupaciones neuróticas que nos impulsan a crear esas condiciones, a tratar de controlar la naturaleza. Es la ambición que tiene el ego de afianzarse y entretenerse a sí mismo en su intento de evadir toda irritación. Así, nos aferramos a nuestros placeres y posesiones, tememos el cambio o forzamos el cambio, intentamos construir un nido o un jardín de recreo.
El Señor de la Palabra se refiere al uso del intelecto para relacionarse con el mundo. Adoptamos una serie de categorías que nos sirven de asideros para manejar el mundo. El producto más complejo de esta tendencia son las ideologías, los sistemas de ideas con los cuales racionalizamos, justificamos y santificamos nuestras vidas. El nacionalismo, el comunismo, el budismo, todos nos proveen de una identidad, normas de conducta y explicaciones del cómo y por qué de lo que sucede.
Pero, otra vez como antes, el intelecto como tal no es el Señor de la Palabra. El Señor de la Palabra representa la tendencia del ego a interpretar todo lo que lo amenaza o irrita, de tal manera que el ataque parezca neutralizado o transformado en algo “positivo” desde el punto de vista del ego. El Señor de la Palabra se refiere al uso de los conceptos como filtros para protegernos de la percepción directa de lo que es. Tomamos los conceptos con demasiada seriedad, los usamos como instrumentos para consolidar nuestro mundo y nuestro yo. Si existe un mundo de cosas nombrables, entonces «Yo» existo como una de esas cosas nombrables. No queremos dar lugar a ninguna duda amenazadora, incertidumbre o confusión.
El Señor del Pensamiento al esfuerzo que hace la conciencia por mantenerse consciente de sí misma. El Señor del Pensamiento reina cuando hacemos uso de las disciplinas espirituales o psicológicas como un medio de mantener nuestra autoconciencia, de aferrarnos a nuestro sentido del yo. Las drogas, el yoga, la oración, la meditación, los trances, las varias clases de psicoterapias, todas pueden utilizarse de esta manera.
El ego puede apropiarse ilícitamente de cualquier cosa para uso propio, incluso de la espiritualidad. Por ejemplo, si uno se entera de alguna técnica contemplativa que sea beneficiosa como práctica espiritual, entonces el ego comienza por considerarla meramente como un objeto fascinante, y luego como objeto de estudio.
Finalmente sólo podrá imitarla, porque el ego es como si fuera algo sólido que no puede absorber nada. Así, el ego trata de estudiar y remedar las prácticas de la meditación y de la vida contemplativa. Cuando conseguimos aprender todos los trucos y las respuestas del juego espiritual, buscamos producir automáticamente una mímica de la espiritualidad; porque el compromiso verdadero, la verdadera espiritualidad, nos exigiría la eliminación del ego y, en realidad, lo último que quisiéramos es renunciar al ego.....
También obtiene cierto sentido de triunfo, de gran hazaña, cierta excitación ante el hecho de haber recreado dentro de sí mismo el patrón de la experiencia que imita; por fin ha producido un logro tangible, que le confirma su propia individualidad.
Una vez que reforzamos exitosamente nuestra autoconciencia mediante técnicas espirituales, creamos nuevos impedimentos al crecimiento espiritual genuino.
Chogyam Trungpa
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