Cuando mi maestro enseñaba la Vía a sus discípulos hablaba de la ayuda que podía proporcionar zazen para resolver la crisis del mundo actual provocada por el desequilibrio entre el idealismo y el materialismo. Era hace veinte años. Hoy no nos parece que haya tanto problema de desequilibrio, el materialismo ha ganado, los profesores de filosofía están en el paro, no hay más conflicto, sólo un vencedor para contarnos el mundo. Tiene como director de conciencia el santo consumismo con sus vestidos preciosos y una joya brillante, la pantalla de televisión que nos da la imagen de un mundo perfecto. Incluso la vida de los dinosaurios, la tenemos en directo. Existen algunas personas que cada mañana se sientan en la postura de zazen, sin moverse, haciendo la paz en su espíritu y en su cuerpo. Parece una tontería, pero es la verdad. ¿Qué hacen, inmóviles, sin hablarse y además sin pensar en ellos mismos? ¿Están dormidos? No, alcanzan el Despertar del Buda en la misma postura que él experimentó bajo el árbol de la Bodhi hace 2500 años. Realizan la realidad en un único instante.
¿Qué es la realidad? Es el mundo tal como lo percibimos alrededor de nosotros. Es nuestro universo. Lo construimos de un modo subjetivo, pensando en el interior: “es así”, o creyendo “en algo”. Está definida por nuestras imágenes mentales, el intelecto. O la aprehendemos de un modo objetivo con el contacto con un objeto a través de los sentidos y pensando “es azul” o “es grande” o “es bueno”, lo que relaciona también la conciencia objetiva con el intelecto. Cada definición que tenemos de la realidad está hecha de forma intelectual, que la aprehendemos de un modo subjetivo u objetivo. La realidad es un nombre, un color, un concepto, una característica, una idea. Lo que llamamos realidad es una imagen construida por la mente. Es la ilusión que denunció Shakyamuni Buda. Confundimos la imagen con la cosa real. Tenemos la costumbre de no hacer diferencias entre el objeto definido por su nombre y su existencia tal como es en la realidad, donde no tiene nombre. Hemos perdido el contacto con la cosa real.
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