El sábado visité la Fundación Sales, una Fundación dedicada al cultivo y cuidado de un sinfín de flora de diversas partes del mundo, que nada más entrar hace que te sientas en un rincón mágico, especial, como si la esencia de su fundador siguiese impregnando cada estancia y te acompañase en ese sendero empedrado y en esas perfectamente adornadas galerías.
Reflexionando sobre eso se me ocurrió que, antes de comenzar mi particular proceso de convertirme en “persona” (y no hablo del significado etimológico de la palabra, es decir, para mí convertirme en persona refiere ser persona de calidad, de verdad, de corazón, sin disfraces ni tapujos, es decir, a la inversa que el origen de la propia palabra que remite al teatro griego y a las máscaras que en él se utilizaban para actuar frente a los demás) es decir, antes de iniciar mi particular viaje a Ítaca, en mi casa no había plantas, ni una, nada, ni rastro de vida más allá de mi respiración y de mis propios latidos. Sin embargo, tan pronto comenzó a poblarse mi casa de literatura varia, como de seres vivos que me hacen recordar que cuento con compañía cada día.
El caso es que con las plantas ocurre un acto curioso: tienes una planta en casa, la nutres, la riegas, le expones al sol para que tome alimento, la cuidas y le hablas (eso yo, no sé si todo el mundo practica el mismo gesto de locura) y de pronto, un día te despiertas y aquella amalgama de hojas tiene...una flor! Ese día sucede algo mágico, algo que no se pude describir con palabras, hay que sentirlo, es como si de pronto de la masa alquímica del plomo naciese inesperadamente el oro..y brilla, y está ahí, un regalo para tu vista y para tus sentidos…pero tú no has hecho absolutamente nada, más que brindarle a la planta el cuidado necesario para su seguridad, crecimiento y supervivencia, me refiero, no has creado esa flor, esa flor nació como resultado de un conjunto de actos, adicionados a la semilla de la propia planta.
Sucede igual en la vida…te pasas miles de momentos queriendo hacer el bien, demostrando que estás enteramente dispuesto a asumir el reto de obtener la mejor versión de ti mismo, esa versión donde todo en ti es eterno y no efímero, donde todo es conciencia, seguridad, fe…y nada sucede..o más bien al contrario, lo que se sucede son una serie de actos y situaciones caóticas que te hacen dudar y plantearte en un sinnúmero de ocasiones si no sería mejor recular, volver al “personaje”, claudicar de la aventura y ponerse de nuevo la máscara para seguir actuando en un mundo que no parece comulgar con tus principios…y, de pronto, un día, una conversación, un gesto, te sacan de tu letargo y te confirman (aún cuando no resulte imprescindible ni necesario) que vas en la senda correcta..una palabra de agradecimiento, un consejo enviado desde el más profundo cariño, una crítica constructiva o una alabanza a tu labor y, ahí, tu mundo y tu faro vuelven a recobrar sentido…al igual que la planta..la semilla está ahí, la rosa va a acabar brillando y saliendo a la luz, pero antes, son necesarias épocas áridas, épocas de cuidar la esperanza y de cultivar buenos hábitos y nutrir la tierra con buenos abonos para que así, más tarde, florezca el fruto. Si le das tiempo, cariño y cuidado, ese fruto acaba asomando y el día que eso sucede, frente a tu flor, no puedes más que sentir una explosión de gratitud por haber sido capaz de seguir alimentando tu fe a pesar de las críticas y de las desavenencias. Ese día, tu gratitud y tu alegría es tan inmensa que no puedes guardarla en tu pecho y te pide que salgas, lo cuentes, lo grites, lo vivas..ese día, tenlo por seguro, con paciencia, dedicación, fe y cuidado, SIEMPRE LLEGA.
Reflexionando sobre eso se me ocurrió que, antes de comenzar mi particular proceso de convertirme en “persona” (y no hablo del significado etimológico de la palabra, es decir, para mí convertirme en persona refiere ser persona de calidad, de verdad, de corazón, sin disfraces ni tapujos, es decir, a la inversa que el origen de la propia palabra que remite al teatro griego y a las máscaras que en él se utilizaban para actuar frente a los demás) es decir, antes de iniciar mi particular viaje a Ítaca, en mi casa no había plantas, ni una, nada, ni rastro de vida más allá de mi respiración y de mis propios latidos. Sin embargo, tan pronto comenzó a poblarse mi casa de literatura varia, como de seres vivos que me hacen recordar que cuento con compañía cada día.
El caso es que con las plantas ocurre un acto curioso: tienes una planta en casa, la nutres, la riegas, le expones al sol para que tome alimento, la cuidas y le hablas (eso yo, no sé si todo el mundo practica el mismo gesto de locura) y de pronto, un día te despiertas y aquella amalgama de hojas tiene...una flor! Ese día sucede algo mágico, algo que no se pude describir con palabras, hay que sentirlo, es como si de pronto de la masa alquímica del plomo naciese inesperadamente el oro..y brilla, y está ahí, un regalo para tu vista y para tus sentidos…pero tú no has hecho absolutamente nada, más que brindarle a la planta el cuidado necesario para su seguridad, crecimiento y supervivencia, me refiero, no has creado esa flor, esa flor nació como resultado de un conjunto de actos, adicionados a la semilla de la propia planta.
Sucede igual en la vida…te pasas miles de momentos queriendo hacer el bien, demostrando que estás enteramente dispuesto a asumir el reto de obtener la mejor versión de ti mismo, esa versión donde todo en ti es eterno y no efímero, donde todo es conciencia, seguridad, fe…y nada sucede..o más bien al contrario, lo que se sucede son una serie de actos y situaciones caóticas que te hacen dudar y plantearte en un sinnúmero de ocasiones si no sería mejor recular, volver al “personaje”, claudicar de la aventura y ponerse de nuevo la máscara para seguir actuando en un mundo que no parece comulgar con tus principios…y, de pronto, un día, una conversación, un gesto, te sacan de tu letargo y te confirman (aún cuando no resulte imprescindible ni necesario) que vas en la senda correcta..una palabra de agradecimiento, un consejo enviado desde el más profundo cariño, una crítica constructiva o una alabanza a tu labor y, ahí, tu mundo y tu faro vuelven a recobrar sentido…al igual que la planta..la semilla está ahí, la rosa va a acabar brillando y saliendo a la luz, pero antes, son necesarias épocas áridas, épocas de cuidar la esperanza y de cultivar buenos hábitos y nutrir la tierra con buenos abonos para que así, más tarde, florezca el fruto. Si le das tiempo, cariño y cuidado, ese fruto acaba asomando y el día que eso sucede, frente a tu flor, no puedes más que sentir una explosión de gratitud por haber sido capaz de seguir alimentando tu fe a pesar de las críticas y de las desavenencias. Ese día, tu gratitud y tu alegría es tan inmensa que no puedes guardarla en tu pecho y te pide que salgas, lo cuentes, lo grites, lo vivas..ese día, tenlo por seguro, con paciencia, dedicación, fe y cuidado, SIEMPRE LLEGA.